Imaginad que vivís en el siglo IV d.C en una Alejandría en convulsión donde conviven judíos, seguidores de Serapis (dios patrono del lugar; resultante de una asimilación de divinidades egipcias por parte de la cultura griega) y una gran comunidad cristiana en pleno apogeo. Si a esto le añadís que sois una mujer, filósofa y astrónoma, de nombre Hipatia y cuyo único amor en la vida es el saber; os da una película de Amenábar que pintaba como obra maestra pero que no está al nivel de “Los otros” o “Mar adentro”.
Sin duda la película aborda un tema que quizá pueda herir la sensibilidad de aquellos cristianos muy devotos, ya que enseña la cara más fanática de esta religión en sus comienzos; sin embargo, las verdades duelen pero son lo que son, y con esta recreación Amenábar refleja realmente bien los primeros coletazos de una época que estaba por llegar, la Edad Media, y que significó el “triunfo” de la religión frente al conocimiento.
Se desarrollan varios temas y tramas en poco tiempo que, si bien todas se focalizan en el mismo abanico temático, convierten a la película en un batiburrillo donde aparecen múltiples personajes pero no se llega a profundizar en ninguno de ellos bien del todo, salvo en el de Rachel Weisz (Hipatia), una filósofa convencida que ve el mundo con unos ojos adelantados a su época pero que, me atrevería a decir, está tan metida en su ciencia que parece relativizar todo aquello que pasa a su alrededor. Por todo esto la película no termina de emocionarnos ni hacernos valorar el aluvión de cosas que pretende mostrar Amenábar. La idea está muy bien, no es un tema muy trillado, pero cuando no logras ponerte en la piel de los personajes porque sólo aparecen arquetipos y en el único en que si podrías ponerte, Hipatia, no se ve reflejado el mensaje más insistente de la película ocurre una contradicción que al menos a mi me deja algo noqueado.
Lo que es impecable y muy justo señalar es la exquisita producción, los decorados tan reales y preciosistas y en general todo lo que tiene que ver con el apartado estético y técnico. Ahí es donde se ve al mejor Amenábar, que nos deja alguna escenas muy buenas como el asalto al templo (al principio, no voy a contar nada más…) o alguna entre Hipatia y uno de sus esclavos, casi siempre con la ciencia y Aristarco por medio. El vestuario es una de esas cosas que llama la atención ya que tanto los nobles, llamados ahí notables, como los cristianos y parabolanos, son caracterizados con una maestría que hace algo más creíble los presumibles personajes planos de la película.
En resumidas cuentas, le falta emoción y emotividad, le falta eso que ha conseguido Amenábar en otros trabajos suyos pero que en este sólo lo ha hecho a ratos: que el espectador se meta dentro de la película y vibre con ella. La sensación al salir del cine es la de que te falta algo, la de que no ha terminado de llenarte del todo, aunque sí te ha proporcionado una buena lista de hechos sobre los que merece la pena reflexionar.
La película es recomendable de ver, no voy a decir lo contrario, pero si esperas un trabajo al nivel de lo que nos tiene acostumbrado Amenábar, creo que esta vez el proyecto se le ha complicado un poco más de lo esperado.
Publicado por
P.U.M.M.
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