Clint Eastwood es mucho Clint Eastwood, y no deja de sorprender con cada película que lleva a la gran pantalla. Como director es de esos que lo mismo te saca una historia de guerra, que de western, que de inmigración o de deporte. Da igual el tipo de película, Clint te hace maravillas con lo que se proponga. Y a cada película nueva constata lo que desde hacía un tiempo iba rondando por mi cabeza, y es que, como director reinventa cada género y en cierto modo se redime de los personajes estereotipados, pero no por ello malos, que tuvo que interpretar cuando era el más chungo del oeste. Su batuta al mando de una película muestra sin lugar a dudas a un hombre sensible, pero no pasteloso, inteligente, sin ser cargante ni pedante, y minucioso, cuidando cada detalle casi al milímetro.
En Invictus se ve claramente su toque. No es su mejor película, porque las tiene mejores, pero quien es bueno es bueno, y eso se nota. Aquí dirige a un Morgan Freeman soberbio cuya interpretación de Nelson Mandela merece ser vista en versión original para disfrutar del acento africano tan logrado, amén de su indudable capacidad interpretativa. Y es que no es fácil meterse en la piel de un personaje histórico y conseguir caracterizarlo dándole una profundidad emocional que sea convincente y no difiera demasiado de la personalidad real del caracterizado. Como tampoco es fácil que la película gire en su mayoría en torno al deporte del rugby y que a personas como a mí, que ni he jugado ni he visto un partido entero, siguiendo también la misma transformación que experimenta Mandela en la película, acabemos por vibrar en el último partido con cada embestida y cada trabajado plano y estemos deseando saber si van a marcar y cómo lo van a hacer.
Evidentemente no sólo de rugby va la película, es una contextualización particular para ver la manera tan ejemplar de pensar y actuar de este hombre, símbolo de la paz, que quiso poner fin al apartheid y a las disputas raciales en un país como Sudáfrica, de mayoría negra pero minoría blanca que ostentaba el poder. El guión, en cuanto al argumento, es muy simple y no hay que buscar tres pies al gato, pero hay películas donde no todo es lo que pasa o deje de pasar y cuantas más acciones haya mejor será, no. Esta es una obra de matices, de gestos y análisis de personajes. Matt Damon (capitán de la selección sudafricana de rugby) cumple a la perfección esta premisa experimentando un cambio enorme a raíz de conocer a Mandela, que le hará evolucionar no sólo en cuanto a la motivación de lo deportivo sino también en cuanto a la manera de entender el mundo y entenderse a sí mismo. Pero no sólo él, todos los que rodean a Mandela parecen contagiarse poco a poco de su poderosa esencia para romper finalmente esas barreras contra las que desde un principio había luchado el dirigente sudafricano.
No se trata de un filme político, pues parece quedar esto en un nada discreto segundo plano, sino que se definiría más bien como ideológico donde algo tan a simple vista banal como es un mundial de rugby puede convertirse en el escenario perfecto para el desarrollo de las ideas de un líder que tiene fe en poder unir a un país, dejando atrás el pasado tan sombrío y mirando hacia un futuro amable y sin discriminación.
Publicado por
P.U.M.M.
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