¿Quién no conoce Facebook? ¿O Tuenti? ¿O al menos quien no sabe lo que son las redes sociales? Seguro que al menos lo habéis oído de soslayo, alguien de vuestro entorno ha comentado algo o los noticiarios y demás programas se han hecho eco de algún acontecimiento relacionado con ellas o incluso han promovido su uso. Bien, pues diez años atrás hablar de redes sociales hubiera sido no más que hablar sobre una idea extraña, que no suena mal y que podría funcionar. Y sin embargo hoy día hablar de Facebook es hablar de lo cotidiano, de algo que está tan a la orden del día que (ojo al dato) 1 de cada 13 personas en el mundo tiene una cuenta, amén de empresas, asociaciones, colectivos, etc. Increíble pero cierto. Pues bien, la película “La red social” habla de su genio creador, Mark Zuckerberg, de cómo lo hizo y de que le pasó por el camino. Y es una película redonda.
La adaptación del guión que hace Aaron Sorkin da como resultado una historia tejida con mucha inteligencia, con un gran juego de personajes que muestran sus virtudes y defectos, lejos de ser planos, y unos diálogos que pueden presumir de deshilachar brillantemente la personalidad de cada uno de los que entran en escena, de tal forma que da una credibilidad y coherencia al filme enorme. A parte se juega muy bien con la astucia y el suspense sin fanfarrias ni gran despliegue de medios, sólo mediante el uso de una estructura narrativa original y sobretodo tremendamente hilada, capaz de guiarte por la historia consiguiendo que te quedes atrapado, entiendas todo y te sea tan ligera y atractiva que te deje un muy buen sabor de boca. Sin embargo no haríamos nada con un buen guión si contáramos con un director que no supiera cogerlo, moldearlo a gusto y placer y estar a la altura de la materia prima. Por suerte y acierto para esta película el director se llama David Fincher y es el responsable de peliculones como “Seven”, “El curioso caso de Benjamin Button” o “El club de la lucha”. Y esto merece un punto y aparte porque si el guión es bueno la dirección es de traca.
Imaginad que vais en una barquita sentados cómodamente y que el agua os lleva por donde ella quiere sin que tú te des cuenta, pero tú no temes por ello, pues tan sólo te limitas a ver lo que está pasando en la orilla y a disfrutar, confiando plenamente en que el agua te llevará al embarcadero. Eso es lo que consigue un buena dirección, que te metas en la historia y te olvides de dónde estás; que veas una sucesión de imágenes y tanto consciente como inconscientemente sientas que entiendes perfectamente lo que se está queriendo expresar. David Fincher es muy bueno y conoce la manera exacta de usar planos y enfoques en función del género, intención comunicativa y carga emocional. No solamente hila escenas y secuencias con bisturí fino consiguiendo que no haya cortes abruptos ni la necesidad de reubicarse a lo largo de la película, sino que además juega a la perfección con el intercalado de diferentes planos en la misma secuencia que, junto con una música acertadísima, marca el ritmo que él quiera marcar, muestra aquello que quiere mostrar y desde luego materializa aquello que se propone, que dicho así no suena muy difícil pero a ver cuántos somos capaces de tener una imagen en mente y plasmarla exactamente igual.
Por todo esto ver la película resulta un viaje apasionante e hipnótico cargado de cotidianidad y cercanía en su forma, pero con un historia que nos habla de cuán brillantes pueden ser las ideas, de hasta dónde nos pueden llevar pero también de lo negativo que pueda traer consigo.

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